Consumir azúcar provoca los mismos efectos de la cocaína. Este es el argumento sobre el que se alzan voces que proponen un impuesto al azúcar similar al que ya aplica sobre el tabaco o el alcohol. Según las últimas investigaciones los alimentos altos en azúcar y grasa estimulan al cerebro de la misma manera que las drogas, de ahí que el azúcar sea una forma de adicción sobre la cual es tan difícil de luchar como lo sería con un cigarrillo, ya que provoca un impacto en las funciones neuronales similar, cuando no superior al de la cocaína y la morfina, activando las mismas regiones cerebrales. Terrible y más peligroso si cabe dado que se trata de un producto accesible y barato.
En el funcionamiento normal del cerebro se activa una zona asociada con la sensación de recompensa ante el consumo de algo realmente exquisito; cuando se trata de un cerebro adicto, por así decirlo, esta zona se eleva sólo en anticipación de la recompensa exactamente igual que ocurre con las drogas y el azúcar.
Otros estudios alertan que el alto consumo de azúcar es el responsable de la mayoría de las enfermedades crónicas como la obesidad, eczema, diabetes, e incluso van más allá, culpando a la dulce tentación de enfermedades como el cáncer o el alzheimer y la vulnerabilidad del sistema inmunológico.
El azúcar ha ido introduciéndose en nuestra alimentación y a día de hoy es prácticamente imposible encontrar un producto procesado en el que no esté presente. Dulces o salados, empañadillas, embutido o salsa de tomate, todos ellos llevan su cuota o porción de azúcar escandalosamente añadido. Como decimos el azúcar interfiere en el organismo creando un deseo insaciable a seguir comiendo, hecho éste que utiliza la industria alimentaria para incrementar el consumo de sus productos.
Según la Organización Mundial de la Salud, la cantidad diaria recomendada de azúcar es de 25 g, o lo que es lo mismo, 6 cucharadas de café. La mayoría de los refrescos superan la cantidad máxima recomendada, una lata de 330 ml de un conocido refresco contiene 39 g de azúcar. Por tanto, y siendo la industria alimentaria en parte responsable de numerosas enfermedades crónicas y degenerativas a nivel mundial es necesario reconsiderar la normativa en cuanto a la venta y usos del azúcar. Regular los límites legales en la cantidad que puede ser añadida a los alimentos procesados, o incorporar al etiquetado leyendas como “el azúcar es adictiva y mala para la salud”. O aplicar impuestos especiales destinados a cubrir el gasto sanitario y social derivado del consumo excesivo de azúcar.
Revertir o prevenir las consecuencias de este consumo desmesurado es tarea individual, el deporte, dieta equilibrada y una educación nutricional son herramientas apropiadas que pasan por dar prioridad a los alimentos frescos moderando el ingesta de alimentos procesados, sobre todo refrescos, bollería y embutidos. En la dieta mediterránea hayamos un aliado perfecto, desayunos energéticos, comidas y cenas bien repartidas, en general se trata de reducir la frecuencia y cantidad de azúcar en la dieta. Tostada de pan con aceite de oliva, nueces, almendras, copos de avena, miel, melaza de caña o stevia, en el mercado encontramos suficientes alternativas a la bollería industrial o al azúcar.
La melaza de caña por ejemplo es un producto poco conocido que sin embargo posee un gran valor nutritivo indicado a personas con anemia por su riqueza en hierro, recomendado así mismo a quienes padecen osteoporosis o afecciones de la piel.
Como decimos siempre lo primero es la información y a partir de ella que cada cual saque sus propias conclusiones.
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