sábado. 20.04.2024

Tanto ruido de sirenas para nada

No cree usted que nos encontramos ante un cáncer en la sociedad, una peste en pleno siglo XXI, una epidemia que se extiende y acrecienta sin respetar edad, color, religión, situación económica o clase social

NO MAÏS VIOLENCIA DE GEÏNERO
NO MAÏS VIOLENCIA DE GEÏNERO

Don Silverio.- Creo amigo Nicasio, desde la tranquilidad y la paz que da este nuestro banco, que la respuesta ya no está en el viento. Cada día tengo más certeza de que paseamos por campos yertos. 

Nicasio.- Es tan cierto, amigo mío, que completo el diario de las buenas intenciones, nos encontramos en el camino de la inoperancia absoluta y, desde este, llegamos a las estepas de la más cruel desidia, y lo malo es que todo transcurre a la velocidad del AVE.

Don Silverio.- Será porque estas políticas actuales rayan en la mediocridad. Carentes de proyectos imaginativos y eficientes, son incapaces de frenar esta lacra maligna, mucho más de reducirla de manera tranquilizadora. 

Nicasio.- No cree usted que nos encontramos ante un cáncer en la sociedad, una peste en pleno siglo XXI, una epidemia que se extiende y acrecienta sin respetar edad, color, religión, situación económica o clase social. 

Don Silverio.- Sin laboratorio, ni medicina que lo contenga. Estoy convencido que, siendo lo mejor eliminar cualquier atisbo de sus posibilidades y de sus mortales consecuencias y lo bueno condenarla y rechazarla, el objetivo debe ser erradicarla de forma definitiva, no es posible conformarse con menos ante tan brutales consecuencias.

Nicasio.- Los políticas se encuentran en punto muerto frente a las consecuentes y reiteradas exigencias feministas. 

Don Silverio.- Encalladas, como barco sobre arrecifes, en los mismos proyectos que repiten incansablemente las mismas medidas a pesar de su inoperancia. 

Nicasio.- ¿No es posible encontrar soluciones factibles que protejan a la potencial victima y la alejen de sus presuntos asesinos? –me pregunto insistentemente.

Don Silverio.- Pero fíjese Nicasio que tienen protocolos para ocultar a los testigos protegidos, para que cambien de identidad, de ciudad, de país e incluso de vida.

Nicasio.- Con escudarse en la falta de denuncia lo han arreglado. No caen en la cuenta que estas no se producen porque aceleran su inseguridad, provocan más violencia y no eximen de una muerte segura.

Don Silverio.- Hay que ofrecer una protección segura, un acierto ante cualquier atisbo de violencia, un cien por cien de efectividad en la propuesta. Si cada mañana sumamos una mujer asesinada, qué denuncia esperamos de la amenazada.NI UNA MAìS

Nicasio.- Es imposible salvar una vida mientras el zorro permanezca en el gallinero. 

Don Silverio.- Ya no sólo es su asesinato, es la angustia, el sueño perdido, la incertidumbre... Una tortura difícil, insoportable.

Nicasio.- Para cualquier cosa crean miles de observatorios, cartas magnas, documentos sagrados y consejos estatales.

Don Silverio.- Están matando a sus palomas, mientras los niños contemplan atónitos la crueldad de la carnicería. 

Nicasio.- Las madres todavía calientes sobre los fríos suelos de sangre encharcada, los ojos abiertos, las manos sobre la atónitas caras, vuelan ángeles negros con maracas machinianas, el niño sale corriendo con la marca a hierro sobre su carne de inocencia innata. 

Don Silverio.- ¿En qué despachos de noble nogal serrano se escriben esos discursos de renglones torcidos con palabras rancias, vacías de contenido?.

Nicasio.-  Tanto ruido de sirenas para nada.   

Don Silverio.- No crea Nicasio, son para que la gente se asome a la ventana. 

Nicasio.- Se llevaban tan bien, era una familia tan organizada, paseaban por el barrio con las manos entrecruzadas –dijeron los conocidos. 

Don Silverio.- Quién iba a pensar que aquel apuesto joven, de familia contrastada, a quién ella quiso con locura, llevaba la muerte a sus espaldas, la dirección del cementerio en su mente encelada, su alma empeñada –comentaban las amigas. 

Nicasio.- Fue presa del maligno demonio de las mil caras –dijo la vecina, que con él compartía ascensor cada mañana, mientras dibujaba la señal de la cruz, una y otra vez, atemorizada mientras secaba sus lagrimas con un pañuelo de puntilla acebana-. Qué será de esos niños, solitos en esta sociedad canalla.

Don Silverio.- Cómo podía ella creer que, su príncipe soñado, estaba poseído por la peste de los celos, por la violencia gratuita hacia la mujer que lo amaba, madre de sus hijos, compañera. 

Nicasio.- Si, pero una esposa por la que él brindó ante sus amigos, en cualquier taberna, como zorra y puta, ramera. Amiga de ese montón de amargadas y frígidas que se juntan para empañar su existencia. Mujeres de pega a la que sólo valen palos y patas quebradas. Soeces comentarios que provocaron carcajadas. 

Don Silverio.- Golpes, llantos. No se siente fuerte ella como para enfrentarse a un lobo avispado, que exhibe la rabia como punta de navaja. Una furia que da miedo, miedo, mucho miedo.

Nicasio.- Que machos son en cuadrilla, que valientes ante la victima vencida. 

Don Silverio.- Se olvidaron de la denuncia los amigos de tertulia, se acordaron de forma colectiva que no sabían nada. Los vecinos y las vecinas confundieron los gritos de desesperanza con la novela que veían, como hacen con la vida misma cada día. Nadie escuchó  el lamento de los gorriones desgañitados ni al perrillo inquieto aullando al extremo de la correa. 

Nicasio.- Ella se llevó el secreto a la tumba-dicen- que bien guardado lo tenía. Él es confeso entre los barrotes tras los que cumple condena, pero eso ya lo sabía, una vez que cobarde no supo quitarse la vida.. 

Don Silverio.- Cuántas mujeres tienen que morir para que se pase del discurso a la política. 

Nicasio.- Estas mujeres, ni siquiera tienen el recurso a la independencia o a la desobediencia de las leyes.

Don Silverio.- Se está legalizando la desobediencia a las leyes, Nicasio.

Nicasio.- A unas si y a otras no. La política de la margarita.

Don Silverio.- Se me ha hecho tarde, Nicasio. Estoy deseando llegar a casa y darle un beso a mi mujer. Hoy el terrorismo habla francés.

Nicasio.- Llévese un beso mío con usted. Maldito baile de muertos.

Don Silverio.- Gracias, amigo. Igualmente. Presiento que tras la noche, vendrá la noche más larga. Buenas tardes.

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Tanto ruido de sirenas para nada