viernes. 19.04.2024

In memoriam de Alfonso Naharro

Alfonso Naharro
Alfonso Naharro

Conocí a Alfonso Naharro hace ya muchos años, a comienzos de los noventa, cuando a lomos de su caballo recorría los pueblos de la sierra de Gata indagando en su historia y sus gentes. Alfonso Naharro había nacido en Ibiza en 1941 pero se sentía extremeño por los cuatro costados y en esta isla del Mediterráneo falleció en 2012, lejos de Trujillo donde pasó la mayor parte de su vida. Su relación con Ibiza le venía de ser esta la tierra de sus padres y a ella se “desterraba” cuando la insoportable levedad del ser le arrojaba como a un náufrago de Trujillo, su pequeño reino. Esbozar en unas pocas líneas la vida de Alfonso Naharro realmente es complicado por cuanto fue su periplo vital digno de novela, con un carácter y una forma de ser que no dejaba indiferente a nadie, como buen personaje y mejor persona. Contaba que su infancia estuvo ligada al taller de electrónica que su padre montó en Trujillo donde aprendió los secretos de la radio, de sus válvulas y trasmisores; presumiendo de haber instalado junto con su progenitor, allá en los años cincuenta, las primeras antenas de televisión en Extremadura. Pero su verdadera pasión, a lo que dedicó su vida en  cuerpo y alma fue a la arqueología, en sus inicios en Trujillo y sus alrededores para más tarde abarcar gran parte del territorio de la provincia de Cáceres. Fruto de sus trabajos arqueológicos fueron los descubrimientos de varias estelas íberas como las de: El Moroquil, El Carneril de Trujillo y Zarza de Montánchez; las pinturas rupestres de El Pradillo, varias aras romanas, restos de castros así como multitud de piezas arqueológicas que hoy día se exhiben, de forma anónima, en el Museo Provincial de Cáceres. Su vocación arqueológica le llevó a crear la primera asociación destinada a tal fin en Extremadura cuando en 1976 fundó, en colaboración con varios ayuntamientos cacereños (Coria, Plasencia, Trujillo, Montánchez, Cañamero, etc.), el Departamento de Historia Antigua de la Universidad de Extremadura y otros pueblos del vecino Portugal, “La Gentilidad Arqueológica Lusitano Vetona”, iniciativa que culminaría varios años después en el Primer Congreso Internacional de Arqueología Lusitano Vetón celebrado en Castelo Branco en 1981. Alfonso luchó denodadamente contra los expolios arqueológicos que tuvieron lugar en Extremadura en una época en que nadie se preocupaba por proteger la riqueza de sus yacimientos. Enfrentándose a quién fuese menester y haciendo lo que fuera necesario para evitar que su patrimonio saliese de nuestra tierra, unas veces con éxito y otras no, como ocurrió con el caso de las estelas de Hernán Pérez, resignándose amargamente cuando éstas salieron de Extremadura camino del Museo Arqueológico Nacional donde hoy día se exhiben.

El mismo se definía “quevedescamente” con el rocambolesco título de: “Príncipe de Trujillo, decano de la prensa extremeña, rector de la Universidad Arquetípica Tope Ganso y fundador de los Mil Guerreros Lusitanos”. Era un autodidacta, un lector impenitente, un sabio a la antigua usanza, un arqueólogo de pasta única con un vasto conocimiento y una gran capacidad de oratoria que de forma amena ilustraba a su auditorio. Sus charlas por los pueblos de la sierra de Gata fueron sonadas y en ellas abordaba no sólo el devenir histórico de sus pueblos sino también aspectos más ásperos y comprometidos de tinte político, ecológico y social.

No tenía reparo alguno en reconocer públicamente y en asumir que en su juventud militó activamente en la Falange de la que llegó a ser el jefe de la Falange Auténtica (“Fui Joseantoniano puro”) en Trujillo. Desencantado con el régimen franquista que se apropió alevosamente, según sus palabras, de la doctrina falangista, dio un giro radical a su ideario político cuando después de asistir a un congreso en Belchite convocó a los falangistas en Plasencia para anunciarles su disolución, fruto de su descontento con la situación política del momento y de su inútil razón de ser en un país que se disponía a salir de las tinieblas del franquismo en busca de la luz regeneradora de la democracia. En aquellos agitados y turbulentos años previos a la muerte Franco, su inquietud política le llevó a fundar en Cáceres el Frente Extremeño Revolucionario Sindicalista (FERS) integrándose más tarde en el Partido Comunista de España (PCE). A veces  recordaba con nostalgia aquel día de jueves Santo en Trujillo cuando se legalizó el PCE. Contaba orgulloso que: “ni corto ni perezoso cogimos un coche de un amigo, le pusimos un altavoz y nos fuimos frente al casino donde se congregaban los señoritos del pueblo y les pusimos a toda pastilla la Internacional rematando el concierto, como colofón, con el himno de Riego.” Pero la política terminó por hastiarle ya que no estaba dispuesto a formar parte de aquella representación de actores histriónicos de estómagos agradecidos y sonrisas hipócritas, dedicándose  por entero a su  auténtica vocación: la arqueología y la historia de Trujillo y de Extremadura en su conjunto.

Otra de sus preocupaciones fue siempre el medio ambiente, la naturaleza y la riqueza cultural de sus pueblos aunque no comulgaba con los ecologistas, “una ideología hecha por el hombre de la ciudad que nunca se ha dignado en conocer y vivir en el mundo rural”.  Una de sus primeras denuncias fue en defensa de Los Barruecos, cuando en los años setenta hubo un intento estrambótico y delirante de transformarlos en un museo al aire libre de arte pop y chatarra- impresionismo. “No soy ecologista, soy un bicho humano en extinción. No es el buitre carroñero, el quebrantahuesos o el águila imperial el que está en fase de extinción, en la sierra de Gata quien va a desaparecer, sino se le pone remedio, es el hombre.” Porque otra de sus grandes inquietudes fue también el medio rural, el abandono y la marginación en que la clase política tuvo a sus habitantes, despreocupándose por su futuro y bienestar. En concreto sintió, con especial amargura, como la juventud abandonaba de forma masiva los pueblos de la sierra de Gata en aquellos años setenta y ochenta en busca de un porvenir en las ciudades. Parte de culpa de este éxodo también lo tenía, según él, el sistema educativo, “la enseñanza estaba enfocada hacia lo urbano olvidando otros valores más importantes que los puramente económicos. La ciudad y la industria han sido lanzadas como una consigna contra los pueblos y sus tradiciones.” Aquellas premonitorias palabras pronunciadas en sus charlas por los pueblos de la sierra de Gata, cuando todavía contaban con una importante población joven, desgraciadamente el tiempo las ha confirmado En su faceta de antropólogo y, a veces, de filósofo se preguntaba amargamente, una y otra vez,  por el hombre y su destino en aquellos pueblos serranos que sentía como suyos. “¿Cómo repoblamos de hombres los pueblos de la sierra de Gata?”. Respondiendo al auditorio, las más de las veces, que eran la falta de coherencia y el fracaso de la clase política en el medio rural, las que habían llevado al creciente despoblamiento y al futuro incierto de los pueblos . “El problema del país, recordando a Umbral, es que en España todo el mundo está desubicado. Aquí nadie trabaja en aquello para lo que se ha estado formando. Éste es el problema: el gran desorden social de esta tierra nuestra.” Para preguntarse finalmente: “¿Qué va a ser de los pueblos cuando mueran los pocos jubilados que en ellos quedan?”. La respuesta ya se intuía entonces y los hechos, desgraciadamente,  así la han confirmado: desaparecerán si nadie lo remedia.

La sierra de Gata que llegó a conocer profundamente, pues vivió algunas temporadas en algunos de sus pueblos, era otra de sus debilidades terrenales. Cuando hablaba de la sierra lo hacía como un enamorado al que no le cupiesen los piropos en el corazón para con su amada,  sintiéndose parte de ella y de sus gentes. No sólo quería a sus pueblos hechos de pizarra y madera, también palpitaba por sus montes y quebradas, regatos, ríos y parajes que conocía como la palma de su mano. Admiraba y sentía su historia apasionadamente, de la que conocía cada detalle, poniendo un empeño especial en narrarla y contarla para despertar en cada uno de nosotros el amor que esta tierra se merece, si cabe más que otras, porque ésta nunca fue una tierra fácil. De manera especial nombraba a Robledillo de Gata, “el pueblo más bello de Extremadura” y citaba su ara romana y su Cristo, sus calles y  balconadas, sus bodegas donde reposaba uno de los mejores vinos que jamás había probado, el aceite de sus olivos centenarios, “el oro por descubrir de la sierra”, pero lo hacía en voz baja como si quisiese que nada ni nadie perturbase su quietud y belleza. También hizo muchos altos en su camino en  Descargamaría, donde se deleitó con sus “vinos de arista”  como a él gustaba llamarlos y donde nos dio a conocer con su voz rotunda y vehemente su historia y la de Puñonrostro que junto con Robledillo conformaban “el aguerrido Valdárrago”. Y así, pueblo a pueblo, con humildad y sin arrogancia alguna, con una sabiduría forjada y cultivada en archivos y libros de antiguo te contaba la historia de todos y cada uno de los pueblos  de la sierra de Gata. “No soy científico, soy subjetivo como los poetas” solía decir,y  quizá fuera por eso precisamente porque tenía alma de poeta, por lo que no pasa desapercibido  y no dejaba indiferente a nadie, porque como los poetas hablaba con y desde el corazón.

Descanse en Paz el príncipe de Trujillo…

         Nota: Hace apenas unos días,  a través de Internet, me enteré del fallecimiento de Alfonso Narro Riera por lo que quizá este artículo llegué con retraso, aunque mejor hubiera sido no tener que escribirlo.

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