viernes. 29.03.2024

LAS LETRAS DEL VIENTO. Soria pura, cabeza de Extremadura

He venido hasta Soria para ver cómo se desnudan los álamos del Duero, para ensimismarme con esa delicada caída de las hojas. ”Hojas del árbol caído, juguetes del viento son”; y héteme aquí con el fin de ver la mansedumbre de las aguas del padre Duero, donde traza “su curva de ballesta en torno a Soria. ¿No ves, Leonor, los álamos con sus ramajes yertos?. Mira el Moncayo azul y blanco, dame tu mano y paseemos”. Qué ternura la de Machado sobre su mujer y esta ciudad lírica, en esa alfombra donde el camino corre paralelo a la mansedumbre del cauce, a la altura de la ermita de San Saturio y se desliza, siempre lentamente, hasta verlo en plenitud, ya muy aguas abajo, desde el puente de Almazán, donde callan las aves, quizás para oír el paso del cauce, cuando los sones de otros cantos se elevan sobre las murallas que rodean esta pétrea villa, a la altura de un espléndido Palacio, ya fallecidos sus moradores, del alta alcurnia, donde los Reyes Católicos, harían Corte.

Siempre por estas calendas, se desnudarán lentamente los árboles de la Chopera, como ahora, con un eco de adioses: “Hojas del árbol caídas, juguetes del viento son”. Cuanto lirismo brota en esta vieja Castilla, “la que face los homes e los gasta”, qué grandeza de ánimo, qué sencillez deja / va dejando el agua, “río Duero, río Duero / nadie a cantarte baja / nadie viene a oír tu eterna estrofa de agua / ni los enamorados…”  Gerardo Diego, también profesor, como Machado en Soria.

Cómo me enamorará este paisaje – veo hasta El Moncayo - y el río, que los contemplo desde casa, en lo alto de la Villa, en Campanario. Cuando bajo al puente,  le arrojo una moneda, como haría Pedro de Lorenzo, el escritor extremeño, asomado  desde el bello puente burgalés, al río Arlanza. Quizás Castilla escriba, parte de su historia, en estas aguas manriqueñas y en su tierra lírica, paisaje emotivo de lontananzas y trigales.

En esta tierra soriana, también la mirada se relaja en la llanura y el paisaje se transforma, nos enamora con un corazón llano y extenso, de luces y tonos, y relieves cautivadores. Qué simbología la de los ríos, que nos lo diga Jorge Manrique: “Nuestras vidas son los ríos que van a morir al mar”, para expresarnos nuestro caudalito de horas sobre estas besanas y el misterio de vivir.

Una de estas noches, en Soria, me sentiría un hombre medieval, pasearía sólo, sólo, desde su parque, Collado abajo, hasta el puente del Duero. La ciudad dormía, mientras me envolvía un lírico sentimiento de estrellas y luna, de escuchar mis pasos, de “dialogar” con Gerardo Diego, ante  su estatua informal, a la puerta del Casino La Amistad, en pleno Collado y “charlar” un momento con él. Y el paseo a la ermita de San Saturio y la bellísima obra de Gaya Nuño, “El santero de San Aturio”. Como Antonio Machado, Gerardo Diego sería profesor en Soria. Uno y otro serían seducidos por el amor  lírico de este paisaje singular; y yo, a esa hora, sentiría la emoción serena de un poema, cuando el parasimpático me eleva el ánimo y me abre un paréntesis para tocar el corazón de las metáforas y hasta, inmóvil, escucho el cimbalillo de las Monjas o los maitines de un conventito o te paralizas ante el románico de San Juan de Rabanera. Hay que cantar más que lo que se pierde, hay que dejarse, en suma, envolver por el halo de estas piedras seculares, por los lirios del día y los vencejos de la madrugada, dejarse ver y mirar el faro del sol en la llanura, extasiarse con el vuelo de una perdiz o de una alondra o de una codorniz, en esa Castilla la Vieja donde se rodaría la película “El correo del zar”, no muy lejos de Castilfrío, el pueblo de Arsenio Gállego, amigo y compañero de Antonio Machado, en el Instituto de Baeza, después en el de Cáceres, en la Ciudad Vieja, junto a la iglesia de la Preciosa Sangre, donde nos impartiría la asignatura de matemáticas. ¿Qué hacía este hombre impartiendo esa asignatura?. Sí, qué hacía Don Arsenio, cuando él era un manantial lírico, un pozo de endecasílabos, autor de una obra cumbre, de miles y miles de poemas y no exagero.

Don Arsenio Gállego y su mujer, doña Mercedes Cantero, hermano de Don Fausto, el secretario del Cardenal Segura, nacido en estos pagos serragatinos, en Villasbuenas de Gata, donde sus padres ejercían el Magisterio. Don Fausto seguiría los pasos del Cardenal y se marcharía con él a Toledo y caería muerto por fusilamiento en la contienda incivil. No lo olvidéis: “¡Recuérdalo tú; recuérdalo a otros!”. Además, era un enamorado de Villasbuenas  y siempre recomendaba  los baños de “La Cochina”.

En la noche soriana, dormiría junto a la Plaza del Olivo. ¿Un olivo en Castilla?. Antes era impensable, ¿un olivo en Castilla?. Pues ahí está, desafiando estaciones y, quizás, un gorrión le arranque una rama, la de la paz.  

Ahora otoño nos dejará, bien en nuestro Tralgas o en nuestro Árrago,  un cántico de adioses con sus hojas caídas – “las hojas muertas” -, que dejarán, desnudos y fríos, nuestros árboles, los chopos, soldados de escolta de sus aguas; y también nosotros nos sentiremos manriqueños, un poco más tristes, como quien oye un fado no muy lejano. Debemos cantar al otoño o a los otoños con la voz que Dios nos haya dado y no debe avergonzarnos cantar a las hojas secas , ni a esa silla solitaria que se ve en un parque. Esto lo sabía y lo expresaba muy bien, el gran escritor,  César González – Ruano. “Al César lo que es del César, y al Otoño lo que es del Otoño. Y a Dios todo: lo que nace y lo que muere. Porque se  nace para morir. Y se muere para vivir de veras”.

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