viernes. 19.04.2024

La restauración silenciosa

Antonio Chancas hace tiempo que pasó de los setenta, todos transcurridos a los pies de Jálama, la montaña simétrica que lo mismo se ve desde Plasencia que desde la Ciudad Rodrigo. La piel oscura y los surcos de su cara delatan enseguida toda una vida de policultor en su cátedra de la Universidad de La Cervigona. Esta vez lo encuentro junto a la rivera, donde un ciento largo de sus cabras apuran el roíjo de un olivar aún tiznado. Le pregunto por “las obras”, las que desarrolla la Junta de Extremadura y han llenado de máquinas el monte con el fin de eliminar los pinos quemados. En aquellas laderas de vértigo, ahora desprovistas de vegetación, ha sido necesario realizar kilómetros de zanjas paralelas para contener la erosión. Estas líneas, que los “monteros” llaman de subsolado, son visibles desde muy lejos y llaman la atención de propios y extraños. Para los turistas son una curiosidad; para los lugareños, un enigma. Incluso no faltará quien piense que se trata de una  intrusión demoniaca… 

Antonio no se hace preguntas porque no le vaga; cuando no está cogiendo aceitunas, anda al careo con las cabras o ayudando a su hijo Luis con las colmenas. Y para el entretiempo caviló que, si cada vez que subía al teso que han arrayado las máquinas, se llevaba una vieja palangana azul llena de bellotas de alcornoque, podría irlas metiendo en los socavones; que en ellos la frescura aguanta más en verano y la tierra se hace viciosa con la fusca que se acumula; que si las siembra ahora, la tierra que queda por arrastrar las tapará protegiéndolas de las heladas y el jabalí… 

Por su edad es muy probable que Antonio no vea esos alcornoques dando bellotas, corcha o sombra para sus cabras. Quizá son los recuerdos de una mocedad en la que fabricaba colmenas de corcha los que inconscientemente lo animaron a esta tarea. O tal vez albergue la esperanza de que su hijo Luis pueda llevar una vida digna en el valle que le vio crecer. Quién sabe si no es, incluso, su forma de “participar”. Sea como fuere, tenemos hoy la suerte de poder contarlo gracias a este “digitalino”, que, no contento con informar, hace hablar a La Sierra.

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La restauración silenciosa