jueves. 28.03.2024

Intemperie es el relato de una huida. Su protagonista, un niño de edad indeterminada del que no conocemos ni tan siquiera su nombre, huye de la violencia de los adultos y abandona a una familia que no ha sabido ni ha podido protegerlo de la maldad. Él, que no es más que una criatura inocente, acaba convirtiéndose en testigo directo de la crueldad más absoluta y lucha porque esta no lo aplaste, incapaz de comprender lo que le está sucediendo y el abandono que él mismo ha propiciado: “Quiere que muramos, el hijo de Dios”.

El lector asiste, sobrecogido, a las experiencias que un chiquillo nunca hubiera debido vivir; a la muerte y la vileza de unos seres humanos que debían haber quedado muy lejos de él, de acuerdo con las leyes de la naturaleza. El título de la novela es solo un anticipo y un magnífico resumen de la vida que le espera al chico, a cielo descubierto. Un niño que nos recuerda a aquellos de Miguel Delibes, al protagonista de La mortaja, capaz de enfrentarse él solo con la muerte.

Junto a él, el pastor, que lo protegerá incluso con su propia vida. Sabe que está siendo perseguido y no le preocupa por qué; es hombre de pocas palabras, acostumbrado como está a la soledad; pero le recibe como el padre que el niño necesitaba para protegerlo del mal que le acecha: “La semilla, en todo caso, estaba echada”.

La acción se desarrolla en algún lugar castigado por una terrible sequía, lleno de pueblos abandonados y pozos secos, en un ambiente opresivo de tristeza y desolación solo comparables con las del muchacho. En él, se mueve el alguacil, representación absoluta del mal, causante de la desgracia del pequeño, al que persigue de manera incansable por el llano sin que nada pueda detenerlo. Poco conocemos sobre él porque el chico prefiere no recordar los motivos de su persecución. Pese a ello, sabemos que detrás de él se esconde una historia de imperdonable deseo y de venganza.

La naturaleza se convierte en uno más de los protagonistas de la historia. Las descripciones, precisas, transportan al lector hasta las situaciones narradas y le hace presenciar los hechos como si se tratase de una película. La llanura, árida, seca e infinita, no es sino un símbolo de las penalidades que ha de sufrir el pequeño si quiere conseguir alejarse para siempre de aquello que le ha hecho huir y que él evita recordar: “Algo habría hecho él para merecer sus quemaduras, su hambre y a su familia. ‘Algo malo’. Le recordaba el padre a cada instante”.

Poco más conocemos de los personajes, además de los abusos de unos y el sufrimiento de otros. Intuimos, no obstante, en cada página, la amenaza continua que les acecha (el alguacil), en contraposición con la ternura, pese a la sobriedad, del niño y el cabrero. De esta forma, el autor consigue que empaticemos con unos y rechacemos radicalmente a otros, a pesar de que evita los juicios de valor. Y esto lo logra con la maestría con que emplea cada frase, cada palabra, escogiendo siempre la más apropiada, su instrumento, de manera que la poesía fluye incluso en los momentos más trágicos.

A pesar de la dureza de la historia y la prosa sobrecogedora del autor, este consigue momentos de extraordinario lirismo. La lluvia, símbolo de esperanza y cambio de vida, con la que se cierra la novela, es un magnífico ejemplo: “Luego volvió a la puerta y allí permaneció mientras duró la lluvia, mirando cómo Dios aflojaba por un rato las tuercas de su tormento”.

Antes de su aparición en España, Intemperie ha sido ya publicada en trece idiomas, todo ello motivado, en buena parte, por el éxito obtenido en la Feria de Fráncfort -escaparate del libro. Poco más sabemos de este autor; pero a partir de enero, estamos convencidos de que, si consigue mantener la calidad excepcional de esta novela, se convertirá en un referente en nuestras letras. Novela hermosa e imprescindible.

Sobrecogedora novela sobre la maldad adulta en la piel de un niño