sábado. 20.04.2024

Esta semana, mientras dudaba si hablábamos de las andanzas de Alfanhuí por nuestras tierras, recordábamos la crudeza de la vida que nos cuenta en primera persona Pascual Duarte, o conocíamos de cerca a las milicianas extremeñas de Óscar R. Murillo, ha caído en mis manos un magnífico libro de microrrelatos (microcuentos, microficciones o minicuentos). Podemos llamarlos de las distintas formas por las que opta la crítica literaria; a nosotros ahora eso no es lo que más nos importa; lo cierto es que merece la pena que nos detengamos a hablar de ellos y de su autor, Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975). Nos estamos refiriendo a “Palabras menores”, publicado por la Editorial de la Luna Libros.

“Palabras menores” ya adelanta, desde la genialidad del título, la calidad que esconde en un total de 50 cuentos muy breves; algunos, microrrelatos de dos líneas con personajes e historias, en su mayoría, totalmente independientes. En otras ocasiones, los temas y los protagonistas se repiten porque parecen interesar especialmente a su autor. Así sucede, por ejemplo, con el poeta y sus heterónimos, la creación literaria, los libros, el arte en sus múltiples formas, la cotidianidad de los parques y la familia... Y, por encima de todo, el humor.

El microrrelato exige la presencia de un autor capaz de condensar en muy poco espacio una historia y de un lector dispuesto también a reflexionar sobre lo que se esconde detrás de esta. Por esta razón, no debemos conformarnos con una sola lectura de los cuentos; es imprescindible detenerse y pensar, releer y disfrutar con cada una de las palabras, nunca escogidas al azar.

En ellos encontramos historias tan absurdas, divertidas o impactantes como la del hombre que consigue fecundar una planta con su semen (“Polinización”), la mujer que, después de curarse de una profunda sordera, descubre que la causa del abandono de su marido era que él pensaba que ella, simplemente, no le prestaba atención (“Oto-rrino”), el poeta que de tanto viajar con heterónimos ocupa demasiado espacio en los tranvías y en las plazas (“Invasión”), el Presidente que aumenta por decreto la esperanza de vida para alegría de sus ciudadanos (“Longevidad”) y así hasta completar las cincuenta narraciones que componen esta extraordinaria obra.

Historias bien construidas, con un estilo depurado en el que cada palabra tiene un valor exacto y se emplea como la tesela de un complicado pero atractivo mosaico. Si Santos tiene como referente literario a Gonzalo Hidalgo Bayal, no podían faltar los juegos de palabras (“¿sabía a qué sabría la sandía?”), presentes incluso en los títulos de algunos de los cuentos (“El escritor no tiene quien le escriba”), en clara alusión a la novela de García Márquez.

Cada uno de estos relatos, pese a su brevedad, merece bastante más de un instante de nuestro tiempo. Una sola lectura de cada cuento nos parece menos que insuficiente porque, pese a que algunos no ocupan más de seis líneas, todos tienen mucho que contar, y lo hace con grandes dosis de humor que garantiza una sonrisa desde la primera hasta la última línea.

Por todas estas razones, y aunque el título no deja de parecernos uno de sus muchos aciertos, no dudamos de que estas de Juan Ramón Santos son palabras mayores. No os las perdáis; son garantía de muy buenos ratos.

Palabras menores o cuando menos es más